Por allá por los años noventas hubo en Chile, puntualmente en Santiago, en la siempre radiante y bien pulida comuna de La Reina, un suceso que jamás salió a la luz. No se escuchó de él en la radio, ni la televisión, ni escribieron en los diarios. De muy arriba llegaron ordenes expresas de que no se divulgara el asunto por temor a lo que podía provocar en las masas de nanas de todo el territorio. Las asesoras del hogar, como empezaron a llamarlas en los socialdemócratas discursos pro cívicos de los años grises de la llamada transición, no podían siquiera oír hablar de aquel hecho que marcaría la vida del proletariado y sus patrones.
Hubo
un grupo de nanas de la reina que se tomaron por tres días la casa
donde trabajaba una de ellas y se dedicaron a armar una bacanal de
aquellas. Nadie sabe con certeza por qué lo hicieron. No hay
registros concretos de qué fue lo que pasó ese día viernes de
verano, de qué llevó a un grupo de mujeres a tomar la decisión de
hacer lo que hicieron. En la puerta de la casa se podía ver un
cartel hecho a mano que decía: “estamos en democracia”.
Las
nanas estuvieron todo el fin de semana encerradas en la casa, con la
patrona de rehén. Se sabe que se bebieron todas las botellas te
licor que tenía el marido en su bar y además pidieron a los pacos
que llevaran, unas cajas de pisco y Coca Cola, junto con unos
cartones de Hilton largo. Se escuchaba música tropical, rancheras,
mucha balada romántica y otras cosas. El marido de la rehén no
podía creer lo que pasaba, pero unos personajes bien vestidos le
pidieron que mantuviera absoluto silencio sobre el tema y lo ubicaron
en una pieza de un hotel de Providencia.
El
asunto era muy extraño, pues no había pedido de rescate, ni
comunicados de ningún grupo político que se adjudicara la toma.
Sólo se leía el cartel en la puerta de “estamos en democracia,
por lo que todo hacía sospechar que era un atentado político o algo
así. Las autoridades pertinentes no lograban comprender la real
magnitud de lo que pasaba, por lo que tampoco se atrevían a actuar
con mucha fuerza. Sobre todo después de lo que había pasado en
Apoquindo con los ocho muertos de la balacera contra los Lautaro y
todo el cagazo mediático. En esta ocasión esperaban tener más
antecedentes sobre lo que sucedía, pero nada llegaba a ellos. Ni una
sola nota, ni un solo comunicado. Solo el pedido de las cajas de
pisco, Coca Cola y cigarros. Nadie se hacia responsable de lo que
pasaba.
Así
llegó el domingo, y los personajes de trajes grises ya estaban
demasiado intrigados y no sabían que hacer. Pero la paciencia se les
agotó esa tarde. Ya habían dado ordenes de que el suceso no se
supiera en los medios, ni que los vecinos hablaran de lo que pasaba
con nadie. Se les dijo que todo el movimiento era producto de un
nuevo plan de vigilancia de la comuna y se evitó poner pacos muy
evidentemente a la vista, y como todo Chile estaba acostumbrado a los
milicos y pacos en las calles, nada pareció muy sospechoso. Todo se
hacía en secreto, pero ya para esa tarde las cosas debían terminar.
A eso de las 10 de la noche, cuando el país ya se preparaba para
otra concertacionista semana, un piquete del GOPE hizo ingreso a la
casa tomada. Adentro encontraron tiradas por toda la casa a las nanas
que dormían borrachas, algunas vomitadas, otras a medio vestir. No
hubo resistencia, todas estaban dormidas. La música hace ya horas
que no sonaba y en toda la casa se veían los restos de una gran
fiesta. Buscaron inmediatamente a la dueña de casa pero no la
encontraron por ningún lado amarrada ni sometida. Luego se dieron
cuenta que era una de las mujeres que estaba durmiendo en una de las
piezas. Levantaron a las mujeres como pudieron, las esposaron y las
fueron subiendo en furgones que iban llegando de tanto en tanto. Todo
esto en el más absolutos silencio. Las llevaron a una oficina
perdida en el centro de la ciudad y esperaron a que se les pasara la
borrachera. El lunes tuvieron que dejar que se ducharan para sacarse
el olor a vomito que traían y luego empezaron a indagar. Al final
resultó que nadie sabia nada de nada. Ninguna de las mujeres tenía
idea de la revolución, del proletariado ni mucho de política. Solo
decían que estaban en democracia y que se les había pasado la mano
con las piscolas. La dueña de casa resultó que solo estuvo de rehén
como tres horas y el resto del tiempo se dedicó a carretiar con las
nanas. Estuvieron tres días más detenidas en aquella oficina y
luego se decidió no llevarlas a juicio. Nadie quería que el asunto
se supiera. Además que la dueña de casa tampoco le interesaba hacer
ninguna denuncia. Todo era demasiado extraño y corrió la idea de
que si el resto del país se enteraba de lo que había sucedido en La
Reina aquel fin de semana de locura, los trabajadores de Chile
comenzarían a creer que realmente podían hacer lo que quisieran,
por lo que se les pidió a las nanas que no contaran lo sucedido a
nadie. Y así fue. Nadie supo nunca la historia de las nanas que
creían en la democracia, y que en aquella arribista comuna de la
capital del reino, podían pasar unos días inolvidables.
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