Años atrás paraba cerca de mi casa, en Talcahuano, en la esquina donde nos juntábamos con los cabros a fumar paraguas, el Chino Ríos, personaje conocidísimo en el puerto. Llegaba con sus pantalones de cuero a media raja y ese caminar tan particular, inconfundible. No había en el puerto quien no conociera al Chino Ríos. El loco, anda siempre vagando por las
calles del puerto y además tenía la costumbre de ir a jugar tenis a las canchas del liceo A-21, donde lucia su largo pelo negro y su habilidad mítica para hacer “la yilé”, además de limpiar su cuerpo de las cantidades de copete que se mandaba. El hombrón era buenazo pal copete.
Una noche, estábamos con los cabros peleándonos por la cola de un cuete cuando por la línea del tren, lo vimos venir con su caminar cansino. Contó que en el puerto la noche anterior, había quedando la cagá, que fuera del estadio El Morro, los vecinos del barrio habían cortado la calle Blanco y que habían prendido unas gomas y se habían agarrado con los pacos. Nosotros bien pendejos que eramos, andábamos revoltosos y obviamente nos gustaba muchísimo el desorden, por lo que decidimos ir a darnos su vuelta pal puerto pa cachar si salia algo esa noche y derrepente pegarnos su mambo contra los pacos. La verdad que en nuestro barrio y los alrededores no pasaba mucho. Hace años que ya no se hacían mambos, ni para los once de septiembre. La concertación había hecho bastante bien su pega y andaban todos felices con la bonanza liberal de los 90. Incluso mi casa fue agrandada durante esos años. Recuerdo que mi vieja trabajaba vendiendo préstamos en una financiera que por eso días gozaban de excelente salud. Y los que no habían alcanzado a agarrar el chorreo concertacionista, estaban bastante reducidos e intervenidos. Se cuenta que en algunos lugares de Chile, todavía quedaban restos luchas populares, pero yo, por allá por la región del Bio Bio, no había cachao nada. Era parte de nuestro mítico pasado revolucionario. Junto con el miedo que inundaba desde los viejos hacia abajo. Sumado a eso, que nosotros eramos unos cabros chicos y lo único que queríamos era volarnos y de vez en cuando jugar a la pelota.
En esa nos fuimos para el puerto, el Chino no quiso ir con nosotros y caminó para algún otro lugar. Tomamos la Ruta del Mar y nos fuimos tomando unos vinos, hasta bajarnos justo en la puerta de la cancha. Cuando llegamos no había señales de nada. Ni pacos, ni gomas, ni piedras, ni vecinos, niuna weá. Nos dijimos que mejor nos dábamos una vuelta por el barrio haber si cachabamos algún movimiento, pero igual había que andar con cuidado porque el puerto no es un lugar para andar turisteando, menos de noche. No es cosa de meterse al puerto y andar preguntando cosas esperando respuesta. Pero eramos pendejos y queríamos agarrarnos con los pacos. Ni ahí con el resto. Además suponíamos que si la gente de allá cachaba que andábamos en la misma que ellos, íbamos a hacerla toda y no le iban a dar color. Así que enfilamos por los bloques hacia la escuelita. Yo conocía el barrio porque mi abuelo hacía clases en la Simmons y había pasado por ahí de día, así que les dije a los cabros que demás que pillábamos a alguien pa preguntarle por ahí. Como andábamos con los copetes y bien volaos nos metimos de una. De todas formas el barrio tampoco era uno de los más brígidos del puerto. Cando llegamos nos topamos con un piño de locos que por el olor, cachamos estaban fumandose unos paraguas. Nos acercamos y uno de los cabros les preguntó si cachan alguna volá de lo que había pasado la noche anterior. Uno de los locos nos preguntó qué chucha andábamos weiando. Que por qué andábamos preguntando weas. Las cosas se pusieron al toque color de hormiga y nosotros tratamos de bajarle el tono a la situación y les explicamos como pudimos que no eramos sapos, que queríamos cachar que volá había pasado para poder agarrarnos con los pacos, que era nuestra única intención, que fuéramos a prender unas gomas y a dejar la cagá. En ese momento los weones, que estaban todos borrachos, nos empezaron a tirar unas toscas y nosotros de una agarramos sus piedras del suelo y comenzamos a devolverles los toscazos. Quedó la cagá. Salieron los vecinos de los bloques, las viejas se asomaban por la ventanas para mirar que mierda pasaba a esa hora de la noche. En el calor de la batalla, varias piedras saltaron hacia las ventanas. Unos viejos salieron con unos fierros, incluso uno pegó su balazo al aire para calmar la situación. Cuando escuchamos el cuetazo, corrimos al toque hacia la calle Colón. Nos siguieron algunos metros. Nos perseguía un piño mas o menos, pero igual libramos. Al final llegamos corriendo hasta Bilbao. Ahi nos paramos y cachamos que ya no nos perseguían. Varios de nosotros teníamos marcas de piedrazos y a uno de los cabros le salia sangre de la cabeza. Partimos derrotados para nuestras casas.
Una semana después, estábamos en la esquina de siempre, haciendo posas de saliva, cuando vimos llegar al Chino Ríos. Unos de los cabros le contó nuestro viaje por el puerto y resultó que el Chino no se acordaba lo que nos había contado, incluso no se acordaba de si realmente había pasado lo de los vecinos y los pacos. Ahí quedamos todos como weones sin saber que decir y con el orgullo por el suelo por haber ido a dar la cacha al puerto.
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