4 oct 2012

La importancia de la lectura en la vida de Jaime Oliva





Jaime Oliva, chofer de la dirección de Obras Municipales de la Ilustre Municipalidad de La Florida, era un hombre fuera de lo común. Nacido y criado en Lota, había llegado buscando pega a la capital en el año noventa y ocho, después del cierre de la mina el año anterior. Cuando llegó a Santiago, pasó unos días en la casa de una tía por parte de mamá. Ahí se dedicó a vender banderas de Chile y bufandas de la selección de fútbol aprovechando el furor por el mundial. Andaba todo el mundo enloquecido por la clasificación de la selección al mundial después de tantos años castigados por la gracia del Cóndor Rojas. Cuando pasó el fervor por el fútbol y la dupla Za-Sa, se compró con la platita que había juntado, una maquina para estampar poleras y se fue a venderlas al paseo Ahumada por las tardes y noches. En eso estuvo cerca de dos años, entre poleras y otros negocios callejeros, hasta que conoció un día en un bar de Mapocho a un tipo que trabajaba en la muni de La Florida, con quien hizo una buena amistad. El tipo, luego de un tiempo, le consiguió trabajo en una bodega municipal donde se almacenaban elementos de jardinería. Estuvo ahí tres años trabajando y luego pasó a ser chofer de una camioneta de la dirección de Obras. Le tocaba transportar a unos inspectores que en realidad lo que más hacían era pasar a comer completos en un puesto de Santa Raquel con Camino Trinidad.

La vida de Jaime Oliva siempre fue distinta al resto de los chilenos. Mientras el resto del país vivía años de bonanza económica, disfrutando de los jugosos chorreos liberales, Jaime Oliva tenía que ganarse la vida en lo que fuera. Nunca se detuvo a pensar por qué justo a él le había tocado esa vida tan difícil, el por qué todo el mundo lo pasaba bien menos él. Y así fue como durante los años de chofer, entre idas y venidas llevando inspectores municipales a comer completos, se convenció que su vida de esfuerzos y mal pasar se debía a un problema de actitud. Nunca fue un tipo muy entusiasta, por lo que decidió cambiar radicalmente de actitud. Un día se peinó de forma distinta, fue a una tienda y sacó una tarjeta de crédito y se compró ropa linda como todo el mundo. Ya no quería ser más un tipo al que todo le costaba. Al igual que los chilenos que veía a diario, ahora creía que una actitud adecuada podría cambiar su vida.

Por ese entonces, a principios de siglo, llegó a Chile la moda de leer libros de autoayuda, que en realidad fue una repercusión de la industria de libros en Argentina. Por aquel entonces, ésta se dedicó a editar millones de piadosos manuales luego de la crisis económica y moral que azotó el país vecino. Así fue que los libros que no fueron vendidos en Argentina, porque sus ciudadanos ya no los necesitaban, fueron importados a Chile y comercializados en quioscos y librerías. En Santiago comenzaron a ser comprados de forma masiva, más como una forma de autoafirmación de los chilenos que por necesidad. Sabían que sus vecinos los habían necesitado para salir de la crisis y eso los hacía feliz. El saber cuán bajo habían caído los argentinos, al punto de llegar a leer esos libros desesperados, hacía que en Chile todos quisieran uno para tenerlo como una especie de monumento o trofeo a su felicidad. En Chile todo el mundo era feliz y se jactaban de ello. Todo el mundo menos Jaime Oliva.

Una tarde, en una vuelta que le tocó hacer por el paradero catorce de avenida La Florida, llegó un libro de autoayuda a sus manos. Lo leyó con entusiasmo y se dio cuenta de su error. Todos sus problemas no se debían a la falta de actitud, sino a la carencia de conformidad. Se dio cuenta que toda su vida había pasado en un constante disconformidad consigo mismo, con el país, con su religión, con sus vecinos, hasta con su equipo de fútbol. No necesitaba tarjetas de crédito, ni ropa linda como el resto, se dio cuenta que eso llegaría de una forma u otra si se conformaba en ser lo que era. Por primera vez en su vida sintió que su vida tena sentido. Sintió ese tiempo, que al igual que sus vecinos y conocidos, era feliz.

En la actualidad se puede ver llegar a Jaime Oliva en su camioneta al puesto de completos de Santa Raquel con Camino Trinidad, transportando a inútiles inspectores municipales , que no importa que sean inútiles, pues en Chile siguen siendo todos felices. Si alguien se acerca donde Jaime Oliva y le pregunta qué tal su vida, el hombre, muy radiante siempre contesta que muy bien. No es una exageración afirmar que es una persona feliz.

Hoy en día se puede ver en cada hogar del país, en un lugar destacado del librero familiar, una edición de algún libro de autoayuda, como un altar a la gran felicidad patria por sobre las carencias vecinas. En Chile se puede ser feliz sin uno de los libros, pero se puede ser más feliz aún con uno de éstos en casa.




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