17 sept 2012

Las nanas borrachas y demócratas de La Reina.




Por allá por los años noventas hubo en Chile, puntualmente en Santiago, en la siempre radiante y bien pulida comuna de La Reina, un suceso que jamás salió a la luz. No se escuchó de él en la radio, ni la televisión, ni escribieron en los diarios. De muy arriba llegaron ordenes expresas de que no se divulgara el asunto por temor a lo que podía provocar en las masas de nanas de todo el territorio. Las asesoras del hogar, como empezaron a llamarlas en los socialdemócratas discursos pro cívicos de los años grises de la llamada transición, no podían siquiera oír hablar de aquel hecho que marcaría la vida del proletariado y sus patrones.


Hubo un grupo de nanas de la reina que se tomaron por tres días la casa donde trabajaba una de ellas y se dedicaron a armar una bacanal de aquellas. Nadie sabe con certeza por qué lo hicieron. No hay registros concretos de qué fue lo que pasó ese día viernes de verano, de qué llevó a un grupo de mujeres a tomar la decisión de hacer lo que hicieron. En la puerta de la casa se podía ver un cartel hecho a mano que decía: “estamos en democracia”.

Las nanas estuvieron todo el fin de semana encerradas en la casa, con la patrona de rehén. Se sabe que se bebieron todas las botellas te licor que tenía el marido en su bar y además pidieron a los pacos que llevaran, unas cajas de pisco y Coca Cola, junto con unos cartones de Hilton largo. Se escuchaba música tropical, rancheras, mucha balada romántica y otras cosas. El marido de la rehén no podía creer lo que pasaba, pero unos personajes bien vestidos le pidieron que mantuviera absoluto silencio sobre el tema y lo ubicaron en una pieza de un hotel de Providencia. 

El asunto era muy extraño, pues no había pedido de rescate, ni comunicados de ningún grupo político que se adjudicara la toma. Sólo se leía el cartel en la puerta de “estamos en democracia, por lo que todo hacía sospechar que era un atentado político o algo así. Las autoridades pertinentes no lograban comprender la real magnitud de lo que pasaba, por lo que tampoco se atrevían a actuar con mucha fuerza. Sobre todo después de lo que había pasado en Apoquindo con los ocho muertos de la balacera contra los Lautaro y todo el cagazo mediático. En esta ocasión esperaban tener más antecedentes sobre lo que sucedía, pero nada llegaba a ellos. Ni una sola nota, ni un solo comunicado. Solo el pedido de las cajas de pisco, Coca Cola y cigarros. Nadie se hacia responsable de lo que pasaba. 


Así llegó el domingo, y los personajes de trajes grises ya estaban demasiado intrigados y no sabían que hacer. Pero la paciencia se les agotó esa tarde. Ya habían dado ordenes de que el suceso no se supiera en los medios, ni que los vecinos hablaran de lo que pasaba con nadie. Se les dijo que todo el movimiento era producto de un nuevo plan de vigilancia de la comuna y se evitó poner pacos muy evidentemente a la vista, y como todo Chile estaba acostumbrado a los milicos y pacos en las calles, nada pareció muy sospechoso. Todo se hacía en secreto, pero ya para esa tarde las cosas debían terminar. A eso de las 10 de la noche, cuando el país ya se preparaba para otra concertacionista semana, un piquete del GOPE hizo ingreso a la casa tomada. Adentro encontraron tiradas por toda la casa a las nanas que dormían borrachas, algunas vomitadas, otras a medio vestir. No hubo resistencia, todas estaban dormidas. La música hace ya horas que no sonaba y en toda la casa se veían los restos de una gran fiesta. Buscaron inmediatamente a la dueña de casa pero no la encontraron por ningún lado amarrada ni sometida. Luego se dieron cuenta que era una de las mujeres que estaba durmiendo en una de las piezas. Levantaron a las mujeres como pudieron, las esposaron y las fueron subiendo en furgones que iban llegando de tanto en tanto. Todo esto en el más absolutos silencio. Las llevaron a una oficina perdida en el centro de la ciudad y esperaron a que se les pasara la borrachera. El lunes tuvieron que dejar que se ducharan para sacarse el olor a vomito que traían y luego empezaron a indagar. Al final resultó que nadie sabia nada de nada. Ninguna de las mujeres tenía idea de la revolución, del proletariado ni mucho de política. Solo decían que estaban en democracia y que se les había pasado la mano con las piscolas. La dueña de casa resultó que solo estuvo de rehén como tres horas y el resto del tiempo se dedicó a carretiar con las nanas. Estuvieron tres días más detenidas en aquella oficina y luego se decidió no llevarlas a juicio. Nadie quería que el asunto se supiera. Además que la dueña de casa tampoco le interesaba hacer ninguna denuncia. Todo era demasiado extraño y corrió la idea de que si el resto del país se enteraba de lo que había sucedido en La Reina aquel fin de semana de locura, los trabajadores de Chile comenzarían a creer que realmente podían hacer lo que quisieran, por lo que se les pidió a las nanas que no contaran lo sucedido a nadie. Y así fue. Nadie supo nunca la historia de las nanas que creían en la democracia, y que en aquella arribista comuna de la capital del reino, podían pasar unos días inolvidables. 

5 sept 2012

LA REVOLUCIONARIA VISIÓN DEL CHINO RÍOS

Años atrás paraba cerca de mi casa, en Talcahuano, en la esquina donde nos juntábamos con los cabros a fumar paraguas, el Chino Ríos, personaje conocidísimo en el puerto. Llegaba con sus pantalones de cuero a media raja y ese caminar tan particular, inconfundible. No había en el puerto quien no conociera al Chino Ríos. El loco, anda siempre vagando por las
 calles del puerto y además tenía la costumbre de ir a jugar tenis a las canchas del liceo A-21, donde lucia su largo pelo negro y su habilidad mítica para hacer “la yilé”, además de limpiar su cuerpo de las cantidades de copete que se mandaba. El hombrón era buenazo pal copete.

Una noche, estábamos con los cabros peleándonos por la cola de un cuete cuando por la línea del tren, lo vimos venir con su caminar cansino. Contó que en el puerto la noche anterior, había quedando la cagá, que fuera del estadio El Morro, los vecinos del barrio habían cortado la calle Blanco y que habían prendido unas gomas y se habían agarrado con los pacos. Nosotros bien pendejos que eramos, andábamos revoltosos y obviamente nos gustaba muchísimo el desorden, por lo que decidimos ir a darnos su vuelta pal puerto pa cachar si salia algo esa noche y derrepente pegarnos su mambo contra los pacos. La verdad que en nuestro barrio y los alrededores no pasaba mucho. Hace años que ya no se hacían mambos, ni para los once de septiembre. La concertación había hecho bastante bien su pega y andaban todos felices con la bonanza liberal de los 90. Incluso mi casa fue agrandada durante esos años. Recuerdo que mi vieja trabajaba vendiendo préstamos en una financiera que por eso días gozaban de excelente salud. Y los que no habían alcanzado a agarrar el chorreo concertacionista, estaban bastante reducidos e intervenidos. Se cuenta que en algunos lugares de Chile, todavía quedaban restos luchas populares, pero yo, por allá por la región del Bio Bio, no había cachao nada. Era parte de nuestro mítico pasado revolucionario. Junto con el miedo que inundaba desde los viejos hacia abajo. Sumado a eso, que nosotros eramos unos cabros chicos y lo único que queríamos era volarnos y de vez en cuando jugar a la pelota.

En esa nos fuimos para el puerto, el Chino no quiso ir con nosotros y caminó para algún otro lugar. Tomamos la Ruta del Mar y nos fuimos tomando unos vinos, hasta bajarnos justo en la puerta de la cancha. Cuando llegamos no había señales de nada. Ni pacos, ni gomas, ni piedras, ni vecinos, niuna weá. Nos dijimos que mejor nos dábamos una vuelta por el barrio haber si cachabamos algún movimiento, pero igual había que andar con cuidado porque el puerto no es un lugar para andar turisteando, menos de noche. No es cosa de meterse al puerto y andar preguntando cosas esperando respuesta. Pero eramos pendejos y queríamos agarrarnos con los pacos. Ni ahí con el resto. Además suponíamos que si la gente de allá cachaba que andábamos en la misma que ellos, íbamos a hacerla toda y no le iban a dar color. Así que enfilamos por los bloques hacia la escuelita. Yo conocía el barrio porque mi abuelo hacía clases en la Simmons y había pasado por ahí de día, así que les dije a los cabros que demás que pillábamos a alguien pa preguntarle por ahí. Como andábamos con los copetes y bien volaos nos metimos de una. De todas formas el barrio tampoco era uno de los más brígidos del puerto. Cando llegamos nos topamos con un piño de locos que por el olor, cachamos estaban fumandose unos paraguas. Nos acercamos y uno de los cabros les preguntó si cachan alguna volá de lo que había pasado la noche anterior. Uno de los locos nos preguntó qué chucha andábamos weiando. Que por qué andábamos preguntando weas. Las cosas se pusieron al toque color de hormiga y nosotros tratamos de bajarle el tono a la situación y les explicamos como pudimos que no eramos sapos, que queríamos cachar que volá había pasado para poder agarrarnos con los pacos, que era nuestra única intención, que fuéramos a prender unas gomas y a dejar la cagá. En ese momento los weones, que estaban todos borrachos, nos empezaron a tirar unas toscas y nosotros de una agarramos sus piedras del suelo y comenzamos a devolverles los toscazos. Quedó la cagá. Salieron los vecinos de los bloques, las viejas se asomaban por la ventanas para mirar que mierda pasaba a esa hora de la noche. En el calor de la batalla, varias piedras saltaron hacia las ventanas. Unos viejos salieron con unos fierros, incluso uno pegó su balazo al aire para calmar la situación. Cuando escuchamos el cuetazo, corrimos al toque hacia la calle Colón. Nos siguieron algunos metros. Nos perseguía un piño mas o menos, pero igual libramos. Al final llegamos corriendo hasta Bilbao. Ahi nos paramos y cachamos que ya no nos perseguían. Varios de nosotros teníamos marcas de piedrazos y a uno de los cabros le salia sangre de la cabeza. Partimos derrotados para nuestras casas. 

Una semana después, estábamos en la esquina de siempre, haciendo posas de saliva, cuando vimos llegar al Chino Ríos. Unos de los cabros le contó nuestro viaje por el puerto y resultó que el Chino no se acordaba lo que nos había contado, incluso no se acordaba de si realmente había pasado lo de los vecinos y los pacos. Ahí quedamos todos como weones sin saber que decir y con el orgullo por el suelo por haber ido a dar la cacha al puerto.